Para la Mejilla

Hay temas que cogen empuje dentro de la agenda de actualidad y parece que nadie puedas salir adelante si no se suma a la ola de la última tendencia. En algunos casos son modas absolutamente pasajeras, pero otros llegan irremediablemente para quedarse. Nos guste o no. Uno de ellos bien podría ser el uso de sistemas de reconocimiento facial.

Ésta, seguramente, no será una moda puntual. Hay demasiado potencial detrás y, por tanto, mucha inversión en I+D que potencia esta tecnología. El negocio parece jugoso como para invertir en él para conseguir el mejor sistema para cada potencial fin. Y en esta situación es cuando en todas partes sentimos aplicaciones y usos del reconocimiento biométrico que vienen para solucionar la vida de las personas y hacer todo más rápido y más cómodo sólo poniendo la cara frente a un escáner.

Entre los ejemplos más recientes podemos enumerar la verificación y vigilancia de los estudiantes que realizan exámenes virtuales, el desbloqueo del teléfono móvil sin tener que teclear el código de seguridad o dibujar ningún patrón con dedo, el acceso a las ferias comerciales, el embarque en los aeropuertos, operar con el cajero automático del banco de turno o abrir el tuyo.

El mantra, en cualquier caso, es la seguridad. La biometría como cortafuegos del fraude, la estafa o el ciberdelito. Y así cada semana vemos noticias de nuevos desarrollos para nuevos usos.

La cuestión que alerta a quienes, más allá de los avances tecnológicos, se preocupan de velar por los derechos de las personas también es que todo esto se está haciendo sin una regulación clara. Esto puede poner en peligro derechos fundamentales, porque no obviamos que todo esto funciona en base a una recolección masiva de datos personales.

Si nos limitamos al espacio europeo y ponemos en juego el reglamento general de protección de datos, donde ubicamos aquellos principios de proporcionalidad, de minimización o el consentimiento expreso y el derecho de acceso… o la información de para que se recogen los datos personales y hasta cuándo. ¿Por qué realmente es necesario que el banco tenga información biométrica de sus clientes para poder realizar un ingreso, una transferencia o sacar dinero del cajero? Estamos seguros de que el escaneado de la cara será única y exclusivamente para realizar estas operaciones tan rústicas y que no influirá en que ningún algoritmo pueda decidir después si concede un crédito, deniega un seguro o aplica diferentes comisiones. Este tipo de tecnología no es inocua y, lamentablemente, ya sabemos que no está lejos de usos invasivos, extralimitados y discriminatorios por razones clasistas, machistas o racistas.

Por eso es importante no abrazar estos avances tecnológicos por defecto. Exigimos cierta reflexión detrás y una garantía por nuestros derechos. Si nos la han clavado un día, puede que no sea necesario poner la otra mejilla enseguida.

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